“Todo tiempo pasado fue mejor” es una expresión que se usa con frecuencia, ¿Realmente es así?
La siguiente viñeta, de la que
desconozco su autor, nos permite una interesante reflexión:
A menudo idealizamos el pasado,
creando una época dorada que, en realidad, nunca existió. Esta idealización podría
no ser más que una involuntaria
manifestación de la dificultad para adaptarnos al presente por no entender los
diferentes cambios que se produce en la sociedad actual (o por algún tipo de justificación). No nos referimos a la “nostalgia
saludable”, que es un recordatorio de experiencias positivas, sino aquella nostalgia
(¿involuntaria?) que supone una huida de un presente que no nos gusta o en el
que no nos sentimos cómodos. Es en esta distinción donde la idea con la que
iniciamos el artículo encuentra su fundamento: el problema no es recordar el
pasado, sino idealizarlo y utilizarlo como una excusa para no enfrentarse al
presente.
Debemos cimentar el presente como
algo imprescindible para participar activamente en la construcción del futuro. El
crecimiento profesional, personal y social, a menudo, exige entender y
comprender los cambios sociales para seguir avanzando. Por ejemplo, en la
escuela de hoy día se hace necesario formar al alumnado en razonamiento,
utilización crítica de la información, dispositivos digitales… algo a lo que,
como docentes, no podemos negarnos (o dejarnos de formar) argumentando la utilidad de una escuela
anterior.
Los recuerdos positivos del
pasado a menudo se idealizan, dándonos la impresión de que "cualquier
tiempo pasado fue mejor". No es que nuestra memoria nos engañe
deliberadamente, sino que está “ayudándonos” a interpretar el presente y
anticipar el futuro, incluso si eso implica embellecer un poco el pasado.
Basándonos en Ruiz Martín (1), la
memoria no funciona como un archivo o una grabadora que almacena la información
tal cual. En lugar de eso, cada vez que recordamos algo, lo que hacemos es una
reconstrucción de la experiencia. Esta reconstrucción se ve influenciada por
nuestro estado emocional actual, nuestras creencias, motivaciones o intereses y lo que sabemos en ese
momento.
Esta función de
"supervivencia" de la memoria, hace que priorice la información más
significativa y descarte los detalles que considera irrelevantes. En este
sentido, las emociones juegan un papel crucial en la formación y la evocación
de los recuerdos. Los recuerdos asociados a emociones intensas ya sean
positivas o negativas, tienden a ser más vívidos y a perdurar más en el tiempo.
Sin embargo, al ser reconstruidos, pueden ser modificados. Los recuerdos
positivos, por ejemplo, pueden ser "pulidos" con el tiempo, perdiendo
las aristas negativas o las dificultades que los acompañaron en la realidad, y
haciendo que ese pasado parezca mejor de lo que realmente fue. Siguiendo al
citado autor, incluso la naturaleza reconstructiva de la memoria también
explica por qué somos susceptibles a los falsos recuerdos. Cuando nuestra mente
rellena los huecos de una experiencia, puede añadir detalles que nunca
existieron o interpretar los eventos de una forma más favorable de lo que
realmente fueron. Esto crea la sensación de que el pasado fue más idílico, que
cualquier tiempo pasado fue mejor.
Por todo ello, es esencial
considerar el contexto al aplicar el aprendizaje con un determinado alumnado y entorno.
El derecho del docente a no cambiar termina allí donde comienza el derecho del
alumnado a tener el mejor docente posible, aquel que se recicla y adapta a cada
contexto, a cada momento.
(1)
Ruiz Martín, H. (2019). Aprendiendo a aprender: Una
aproximación científica a los procesos de aprendizaje y enseñanza. Paidós.
Ruiz Martín, H. (2020). ¿Cómo aprendemos?: Una aproximación
científica al aprendizaje y la enseñanza. Paidós.
Ruiz Martín, H. (2022). Los secretos de la memoria: Claves
para entender y mejorar la capacidad de recordar. Paidós.
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